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La resiliencia en primera persona

Capacidad de resiliencia Mariana Karesky

Ser asmática severa me acompañó toda mi vida, o gran parte de ella. Desde el año y medio de edad (situación que lógicamente no recuerdo) hasta mis 27 años; momento en el que le dije adiós para siempre, de esto ya hoy pasaron, muchos años.

Mi asma en la etapa infantil me acompañó y estuvo presente en todas y cada una de mis más tiernas vivencias. Tan así es, que ir a dormir a la casa de una amiga, entrenar fuerte para los partidos de hockey, los cambios estacionales, el polen, los ácaros, los acolchados bien guardados del invierno o simplemente los ataques de risa porque sí entre amigas y amigos, tenían un efecto devastador para mis bronquios. Por ese entonces, en los 80 no estaba tan divulgado el uso de broncodilatadores, los hoy conocidos puff, por eso, mi vida de infante estuvo siempre acompañada por mi querido amigo “el nebulizador” ruidoso como pocos, en aquellos tiempos tampoco había tantos equipos ultrasónicos. El nebulizador y su ruido debo confesar que me provocaba mucha vergüenza si es que estaba entre amigas y amigos. Siempre fui una nena introvertida, por eso el hecho de que aquel “aparato” literal gritara por mí para que yo pudiera respirar mejor, me generaba mucho pudor.

Luego, en la adolescencia puse en práctica, terapia y análisis de por medio, aquello que una de las tantas alergistas que me trataba alopáticamente me había dicho: “Mariana, la vida siempre es como un partido de truco, la carta mala, tenés que pasarla por buena”. Yo me empoderé bastante con esta idea, quizá también preferí “negar” un poquito mi dolencia y decidí arremeter, darme la posibilidad de hacer todo lo que quería sin que el asma me frenara. A veces, llegaba a casa sin aliento, me nebulizaba y volvía a salir, pero nunca, jamás, claudiqué.

A los 18 años me fui a estudiar con una amiga a La Plata, fue hermosa la experiencia, ser independiente, autónoma y aunque el asma era mi fiel compañero incluso en una ciudad con tanta humedad como aquella, yo continué pensando en mis metas, en la facultad, estudiar, salir, divertirme, vivir.

Hoy no soy esa joven de 18, pero si soy una mujer joven que dejó atrás al asma, producto de la buena medicina, la fuerza de voluntad, las ganas de vivir, el amor, el dolor, dar vida a mis hijxs, que son hijxs ya no míos si no que viven sus propias vidas, no la mía, sí la de ellxs.

Rescato esa fuerza interior, la constancia, la voluntad, la resiliencia que tuve y que tengo, porque sin ellas no hubiera podido ser quien soy. Intento reflejar mi perfil en la modalidad consultiva que tengo con mis proyectos, con mis clientes, no claudico, puede haber adversidad, pero sigo, sigo, uno, dos, tres, mil veces, quizá el ruidoso motor del nebu de los ochenta hoy sea mi motor interno, quien sabe.

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